miércoles, 16 de noviembre de 2016

SEÑORA

Señora, respóndame que soy muy obstinada; necesito respuestas, señora. ¿Por qué camina así en las calles, con tanto peso sobre su frente?¿Por qué carga en su espalda la reverencia de la desgracia? No hay astucia en tanta dolencia, ni tampoco en su rostro que pretende ser paciente mientras sabe que está muriendo y empujándose al vacío. No hay nada en usted, “Señora”.

¿Cómo es que puede cargar ese bulto sobre su frente? Insistí. ¿Cómo es que tanta joroba no la hace venir de frente?Repetí. Ella, alzó su mirada y casi ni me miró. Arregló sus sandalias, piso de nuevo el charco de aquella calle afónica y queriendo abrir su boca para pedirmepara rogarme, para implorarmeque le diera permisoque le permitiera el pasodijo palabras en silencio, arregló su chal y me ignoró. Yo estaba decidida a no permitirle caminar más, así que no, no le di permiso… ¿Por qué iba a dárselo? Ni su mirada suplicante, ni el rose con su cuerpo, ni su mentirosa ingenuidad, pudieron convencerme. Yo no abro paso a señoras como ella. ¡Nunca! ¡Jamás!  

Toqué sus hombros suavemente y después, ya no pude contenerme; la sacudí desesperada como se sacude la ropa vieja que uno va a regalar después de muchos años, pretendiendo que así le pueda servir a algún necesitado. Viéndola fijamente a los ojoscomo casi nunca veo a nadie—. Le hice ofrecimientos y súplicas aunque no se lo mereciera:  

Permítame ayudarle con el delirio, a cargar la sangre que brota de sus flores, de sus lunas, de sus lunares que parecen soles agonizantes. Quiero cargar sus misterios en mi vientre y caminar con ellos un poco encorvada, invisible, petrificada como usted. Permítame que me quede en sus manchas un solo instante para de ellas robarme la tinta y escribir en el espejo, en el silencio de cada baile de vivencias y destierros, de los susurros de esta vida que ya no la siento mía, que se la ofrezco. 

Le ofrezco todo esto porque, al verla tan cargada, me recuerda a una amiga que caminaba con escupitajos ardientes todo el tiempo y terminó… terminó en… Bueno, es algo que no viene al caso pero quisiera cargarme su sombra hoy y regalarle la mía, cargarme su cruz y regalarle mis clavos, cargarme su mirada y regalarle mis ojos. Llévese por favor mis oídos y déjeme con sus ruidos que cualquier carga hoy anticipa el desespero y eso es algo que ya no me pertenece. Ya no lo quieróóóóó… ¡Ya no!

Señora, usted es ilegítima, todo su ser lo es, sus sandalias y el sonido de ellas por las calles me perturba, sus visitas llaman al pesimismo y no retienen mi aliento que se va debilitando con el tiempo, con los años y yo necesito aire, tiempo eterno, memoria profunda.  

Lléveselo todo y llévese a usted misma porque su presencia es como los truenos que escuchaba en mi infancia en los días de lluvia, en los jueves de gritos, en los ruegos de versos coléricos que nunca tocaron a nadie. Sólo quiero que me deje las caricias y el tiempo, un solo instante sin causas perdidas ni sonrisas disfrazadas, un poco de soledad acompañada… un poco de la soledad que no es mía y de la lluvia en mi ojo izquierdo que tampoco le pertenece.

Levante su rostro, no soporto que siga con la cabeza gacha mientras le grito, mientras escribo sobre su piel marchita y los sonidos del martillo taladran tan dentro. Abra su boca, por favor, diga algo… Señora, no sea tan mezquina. ¿Acaso cree que son sus silencios y voces tan tenues podrá comprarme?

La maldita, nunca volvió a abrir su boca, se fue, pero me hizo saber a través de muchos escritos, que se creía omnipotente, que podía cargar una piedra sobre su espalda. Yo no le creo, es una mentirosa, no quiero que me vuelva a susurrar nada, no quiero que vuelva a repetir que se acerca cuando se va viviendo tan lejos. No quiero

Donde sea que usted se encuentre, le hago llegar éste mensaje:

He cambiado de opinión ya no quiero cargar nada de usted, ni tampoco ofrecerme, sólo quiero sus sandalias y sus pies para caminar así en las calles: libre aunque esté muerta, volando aunque  no tenga alas, sonriendo aunque sin boca, amando aunque sin nada.

Señora, hoy he podido recordarla. Siempre, cuando la veía en las calles, tuve el pálpito de haberla visto en algún lugar y sí, usted era a quien yo veía en mis pesadillas cuando era apenas una niña. Sé que no me dejará sus sandalias, pero las voy a robar si la encuentro, empieza la cuenta regresiva, corra lejos de mí porque si la encuentro, le robo hasta sus últimas partes y la mato. Le juro, que ésta vez, la mato.

Andree Julieth


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