Deslízate lágrima, aquí
está tu ojo,
como una gota de cielo.
Nunca me atrajo el sin color, lo
inanimado y amorfo que no tenía sabor y parecía invisible, me causó siempre una
despreocupación exagerada que no intenté ocultar. Para mí aquello que parecía
invisible no era importante. Siempre le di gran relevancia a eso que podía
percibir mejor con mis sentidos hasta aquel día en que el agua se acabó toda, se agotó en el planeta, se fue de mí y también
yo tuve que irme.
Solo Dios
sabe cuánto sufrí, ni una sola lágrima más, ni ríos, lagunas, glaciares, mares,
ni vino para la cena familiar, ni siquiera nieve en diciembre, nada. También yo desaparecí porque era
más agua que cuerpo. Treinta y tres años en este mundo y nunca dimensioné que
la necesitaba tanto para funcionar, para vivir, para respirar, para amar.
Los poemas,
relatos, cuentos en los que solía sumergirme—para encontrarme en este
mundo—, también perdieron valor cuando ella se fue. El agua
era protagonista de todo aquello que leía, así que nunca más una escena de amor
romántica tuvo sentido sin la lluvia, nunca el mar pudo reaparecer en un
párrafo con sentido, jamás nada volvió a fluir: No pude dar ni recibir más
besos, ni siquiera una caricia, jamás pude tener hijos en mi vientre ¿en qué
líquido iban a nadar y protegerse? Ya no era posible, ya no había nada en mí.
La vida acabó con su extinción.
Solo cuando
la perdí pude valorarla, entonces lamenté toda la basura que había albergado en mi mente, también la que arrojé a la
calle sin pensar, los árboles que nunca sembré, los que corté y dejé morir, las
miles de veces que salí de mi casa dejando la llave del grifo abierta, aquellas
en las que permití que una gota de agua cayera sin razón en mi ducha, esa misma
gota que hoy necesitaría en mis ojos para desahogar su ausencia.
Publicado en el libro “Pasto un territorio sensible
al agua.” (2018)
Autora: Andree Julieth Villota Realpe.
Obra pictórica: Boris Arteaga. Título: Cascada azul. Técnica: acuarela.

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